jueves, 19 de marzo de 2009


Para entender qué nos hace permanecer en una estructura partidaria, renunciar a un trabajo o a un cargo que nos da dinero, o mantenernos en otros poco remunerados, hay que retroceder un par de millones de años en la evolución humana. Lo apasionante de intentar decodificar los deseos e impulsos por pertenecer a un grupo es que hoy como en la sabana africana lo hacemos para enfrentar las amenazas externas. Si en la época de Lucy, la Eva negra de la que provenimos, agruparse era la diferencia entre vivir y morir, en la actualidad decidimos vivir en grupos precisamente por los mismos motivos ancestrales y otros muy pocos ingredientes no determinantes.

Luego de un largo proceso de aprendizaje evolutivo nos hemos convertido en tribales y nos gusta identificarnos con grupos. Las emociones sociales desde la ira a hasta la lealtad, han evolucionado para protegernos, y la valoración que otros hicieran de nosotros, o de nuestros antepasados, nos daba prestigio y ubicación en el grupo.

Dos millones y medio de años de historia evolutiva nos resultan muy útiles a la hora de entender cómo y por qué nos comportamos de cierta manera. En primer lugar, para permanecer en un grupo hay que reconocer verdaderamente que uno se siente bien al hacerlo. En el entorno de nuestros antepasados se formalizaron las alianzas tal como las entendemos hoy. Con algunos grupos tenemos ciertos intereses comunes y con otros, otros. Es una cuestión de utilidad de alianzas.


Al igual que ayer, la importancia de sentir pertenencia a un grupo hace que no queramos cambiarlo y cuando lo hacemos es porque éste ya no brinda satisfacción o ventajas diferenciales el hecho de quedarse en ellos. Pero ahora no estamos reunidos en clanes de decenas o cientos de personas. Ya no estamos cuidando nuestras fuentes de agua (tal vez en 50 años no podremos afirmar lo mismo) o alimento, sino que conformamos grupos de millones de personas. Pero hay algo, más allá de la practicidad de hacerlo que nos mantiene juntos en estos conglomerados.

Esos saberes primitivos seguimos manteniéndolos en los pequeños grupos que conformamos. Tenemos limitaciones psicológicas que nos ha producido la evolución que impiden comprender, más allá de la retórica, palabras como Patria, Pueblo o Nación, o el concepto de grupos grandes a los que pertenecemos.

El grupo conformado por personas de una oficina no difiere mucho de una unidad de caza o recolección. Nuestros jefes o los mandos intermedios a su vez no difieren en sí mismos de esa unidad. Tenemos la idea de “grupo modelo principal”, con diversos niveles de jerarquía y complejidad pero condicionado por nuestro perfil derivado de la psicología evolutiva.


Precisamente es la psicología evolutiva la que ha determinado que la cantidad de personas en los “grupos modelos personales” depende del objetivo propuesto, pero es entre cinco y ocho personas el número social en el que la confianza lo hace sostenible. Tal vez no sea casualidad que la unidad mínima de combate de una legión en el Imperio Romano era el Contubernio que estaba construida por ocho soldados, y que los pelotones de los ejércitos modernos mantengan esa cifra.



Nos gusta afiliarnos a otras personas en grupos no demasiado grandes, nos gusta disputar con otros grupos y ganar, y experimentar una ética propia de grupo. Es esa lucha primitiva y ancestral la que mantiene en funcionamiento las tareas modernas de mejorar la competitividad y calidad ascendente en los grupos. Es un instinto real que explica la selección natural de muchos de nuestros rasgos societales. Pero también la historia nos enseña que las coaliciones cambian cuando cambian las condiciones de posibilidad de triunfo y de la ventaja de imponerse a otra coalición resulte posible.

Ya no nos aliamos a otro líder tribal para sentirnos más seguros, o abandonamos nuestro grupo ante una sequía inminente, ni marchamos en Legiones; pero esto es demasiado parecido a lo que se le critica a la política actual: El contubernio político, el cambio de lealtades, la reorganización de alianzas y otros rasgos distintivos de la práctica partidaria nos acompañan desde millones de años y se realizan cotidianamente siguiendo reglas muy básicas.

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