sábado, 7 de marzo de 2009

Para la amplia mayoría de la ciudadanía la decisión electoral es una menudencia de su vida cotidiana, es un detalle. Y lo hace viajando en colectivo, bañándose, jugando a la pelota. No lo hace en la biblioteca, analizando propuestas y posibilidades. Lo hace en un rato y como prolongación y generalización de sus experiencias personales en su vida privada, en su trabajo y a partir de sus ideas y conocimientos, limitados, sobre la economía y la realidad nacional, de su ciudad y barrio.

Y cuando finalmente deciden guiados por sus emociones más que por sus percepciones racionales, lo hacen emitiendo juicios simples, muy simples: “bueno”, “malo”, útil”, “mejor”, “sincero”, “capaz”. No mucho más que esos adjetivos que se ajusten y se signifiquen en su marco conceptual y escala de valores.

Por tanto, cuando se habla de conceptualización temática, se está refiriendo a eso, a facilitar la calificación de nuestro candidato y su campaña de manera concreta: en una o dos palabras. A la vez de ofrecerle un marco conceptual donde ubicar el tema.


La agenda es la pelea de los mensajes. Y esto es posible cuando la estrategia es clara y el mensaje está bien definido. La comunicación de una campaña es muy simple si se tiene en claro de que se trata: Disciplina en el mensaje y control de agenda. Es simple y compleja a la vez porque es muy difícil mantenerse en el mensaje.

El mensaje incorpora los temas a los objetivos estratégicos de la campaña. Pero el mensaje no es la explicación, el mensaje es el significado de nuestra campaña. Entonces se maneja un mensaje central – o dos, no más de tres- y se realizan variaciones sobre los elementos del mensaje. El mensaje incorpora los objetivos y la estrategia definida en una simple frase.


¿Sobre qué son las campañas? Otro error es suponer que las campañas locales o nacionales giran en torno a obras. Las campañas son sobre temas y las ideas que sostienen. Es cierto que las obras son importantes y que son estimadas así por el electorado, pero eso se lo hace cuando se valora el record del candidato. Qué hizo por cada uno de sus vecinos, de qué se ocupó, cómo le fue, cómo cambió para bien la vida de las personas. Pero en una campaña electoral lo que define es el tema y las ideas.

Si no lo decidió antes, es desayunando, en la sobremesa o luego de dormir la siesta, cuando el elector se prepara para ir a votar, es en la fila de la escuela o en el cuarto oscuro, cuando el vecino recuerda y hace suyo el tema y el mensaje de nuestro candidato. Allí es cuando el mensaje no sólo fue interesante para el elector, sino que fue fácilmente recordable y conceptualizable. Pero fundamentalmente que esos temas hubieran interpretado el estado de ánimo de la gente, y fueran relevantes en lo que viven, piensan y sienten.


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