sábado, 14 de noviembre de 2009


Desde que el homo se hizo sapiens, contar historias ha sido la forma más efectiva de transmitir conocimientos y tradiciones, pero también de forjar las comunidades y generar cohesión social, de crear cultura y la conciencia de grupo.

Vivimos en un mundo que nos hostiga constantemente con información en el formato de imágenes y mensajes discursivos. Además de eso estamos constantemente estimulados por la música, los aromas, incluso en los canales de TV también nos influyen cotidianamente y estímulos de ofertas gastronómicas. Una de las funciones del sistema emocional es filtrar estos impactos de manera que podamos funcionar como un todo coherente e integrado, tomar decisiones de manera rápida y básicamente en la lógica de supervivencia del “ayuda o perjudica”.

El liderazgo moderno va atado a la narración que se ejerza. De la misma manera que no hay narración sin narrador, no se concibe un político sin una historia para contar. La ciudadanía necesita más nunca que se le cuenten historias con significados que interpreten y den sentido a la realidad. Una buena historia, verídica, fresca, que describa ética y poéticamente lo que ya se sabe y que plantee un escenario futuro. Una historia que enamore, que despierte sueños adormecidos, que llame a la acción y que brinde seguridad en la consecución de los objetivos.

En comunicación política observamos que además de las cuestiones relacionadas a la falta de atención de las audiencias respecto de estos temas en particular, hay problemas en cuanto a la estructura de lo que queremos contar y en cómo lo contaremos. Por tanto tenemos un problema estratégico y uno práctico.

En cuanto a la atención, la escucha en los públicos ha cambiado en los últimos tiempos y se ha impuesto como tendencia la necesidad de contar con el permiso de esas audiencias. Lejos del esquema tradicional de que la atención se obtenía en la medida que se pautaban espacios en los medios o se entregaban materiales impresos propios, hoy el consumidor, el ciudadano y el elector están en control de su atención.

De allí surge en parte la necesidad de crear o dar coherencia narrativa a nuestros discursos, a nuestras historias políticas, para así lograr la atención y la credibilidad del oyente. Estudios provenientes de la psicología congnitiva han determinado que con los cuentos e historias se reduce la resistencia natural al cambio, se genera una impresión duradera en la memoria, se relajan las defensas, la escucha es atenta y por consiguiente se comprende mejor.

Las narraciones en política sirven para animar a las personas a hablar y mostrar sus posibilidades ante el cambio, a reflexionar e identificar las prioridades de vida a partir de los valores. El mensaje de las historias puede sacarnos de nuestras propias experiencias para capitalizar las de la comunidad y en ese sentido, transfieren las lecciones sociales a nuestra propia situación.

Como en las buenas historias no es necesario contar "la moraleja" para dejar que cada lector u oyente saque sus propias conclusiones y descubrimientos desde "su propia verdad". En las historias bien narradas intervienen tres funciones: la reflexión, la emoción y la acción. Las metáforas actúan en diversas dimensiones: la metáfora en sí, lo que significa para el que la escucha y lo que le hace sentir. Las metáforas en el discurso político hacen que las personas no se olviden de sus deseos, por el contrario, facilita recrear en nuestras mentes el "que sería si..."

Las personas dejan de intentar soluciones que no funcionan, reencuadran el conflicto y conectan con su parte más fuerte, la emocional, al aclarar lo que se quiere y orientarlo al objetivo. Desde el punto de vista catártico, se siente bienestar y al abrirse a su propio punto de vista, es más fácil que se decidan "al hacer".