martes, 16 de noviembre de 2010

sábado, 30 de octubre de 2010

En 1992, luego de la primera Guerra del Golfo, George Bush padre, se encaminaba a una nueva victoria electoral por sobre el candidato demócrata Bill Cinton. Bush era el heredero de la gran victoria sobre el comunismo que había logrado Reagan (mientras él era su vicepresidente). Había liderado una gran victoria militar a cargo de la mayor coalición mundial desde la Segunda Guerra Mundial.

El tema central de los votantes estadounidenses desde mediados de la década de los ochenta era la política internacional por sobre los vaivenes de la economía. Los temas eran el fin de la guerra fría, el desarme nuclear y generar un marco mundial que permitiera salir de lo que desde la economía se llamaba la década perdida.

Camino a esas elecciones nada hacía presumir que Bush perdería las generales. De hecho hasta dos meses antes superaba al demócrata por más de 10 puntos. Pero luego de los desfiles militares de la victoria, de enterrar a los muertos y condecorar a los héroes, la ciudadanía sintió que Bush no podía garantizar el despegue económico que se esperaba, porque sencillamente no era un tema central de su campaña.

Simplificando, la gran diferencia entre demócratas y republicanos es el papel del Estado, la presión tributaria y el uso que se hace de los impuestos. Mientras que los republicanos están generalmente a inclinados a desregular y favorecer a ciudadano con recortes impositivos; los demócratas apuntan a fortalecerlo a partir de programas sociales de amparo.

Clinton y Carville

En ese marco, el jefe de la campaña demócrata, James Carville, listó en un papel los ítems en los que girarían los últimos seis meses y lo colgó en el Comité de la ciudad de Nueva York: “Cambio vs. más de lo mismo. La economía, estúpido. No olvidar el sistema de salud". El impacto entre los voluntarios fue tan grande que la consigna fue corriendo de sede en sede hasta que llegó a los medios de comunicación.

Se sabe que la concepción del funcionamiento de una democracia como un “mercado político” no funciona. Los teóricos de la escuela del Public Choice tuvieron que enfrentarse desde sus comienzos a algunos problemas tan esenciales como el de porqué la gente vota y se abstiene. Aunque cabe de remarcar que si los individuos siguieran en su comportamiento como votantes en el “mercado político” la misma racionalidad con la que actúan en los mercados de bienes y servicios, ninguno debiera tomarse la molestia de hacerlo ya que si el cuerpo electoral es lo suficientemente grande (Fernando Esteve Mora, profesor de Teoría Económica de la Universidad Autónoma de Madrid. “¿Porqué la gente vota?”. 2008) y el resultado no depende de la decisión de voto de una sola persona.

¿Por qué ir a votar si el peso o influencia del voto de uno es insignificante y es costoso por poco que lo sea el hacerlo? La respuesta más elemental es que las personas cuando actúan como ciudadanos no se mueven sólo por los criterios que regulan su comportamiento en los mercados, es decir, no actúan guiados por sus intereses más privados sino que se guían por sus intereses públicos, incluyendo en ellos la ideología como expresión del conjunto de valores que informan tanto cómo se percibe la realidad social como la forma en que la sociedad debiera organizarse.

2009. En el mejor momento de la economía argentina
de los últimos 15 años el oficialismo sufría una dura derrota

En una serie de estudios realizados en EE.UU. a lo largo de la década de 1980 se encontró que no existía relación entre la situación económica personal percibida y el sentido del voto, en tanto que sí que se daba una clara correlación entre el voto y la opinión que se tenía sobre la marcha de la economía en general al margen de cómo le fuera a uno en ella. Un politólogo, David Sears, ha constatado algo que debería ser tan elemental como que la ideología explica mejor el voto que el interés propio.

George Lakoff, ha señalado repetidamente que la gente vota en buen grado en función de sus valores: “la gente no vota necesariamente por sus intereses. Vota por su identidad. Vota por sus valores. Vota por aquellos con quien se identifica. Es posible que se identifique con sus intereses. Puede ocurrir. No es que la gente no se preocupe nunca de sus intereses. Pero vota por su identidad. Y si su identidad encaja con sus intereses, votará por eso. Es importante entender este punto. Es un grave error dar por supuesto que la gente vota siempre por sus intereses”.

Domingo Cavalo. Ministro de economía de Carlos Menem.
La marcha de la economía y las ideas que la mayoría de la
gente acompañaba.

En Argentina ejemplos sobran. Los más recientes: El acompañamiento que hizo el electorado en 1985 en las legislativas que dieron el triunfo a las listas del entonces presidente Alfonsín. La presidencial de 1995 de reelección de Carlos Menem y las legislativas de 2009. Hay más ejemplos, pero en estas tres instancias electorales, la ciudadanía votó a favor de sus valores, aun en contra de sus intereses. Considerar aquí lo que le ocurre al oficialismo argentino. La economía sostiene el crecimiento personal y comunitario, pero apenas uno de cada cuatro electores está hoy decidido a acompañarlos.

La marcha de la economía es un factor importante, pero el bienestar personal y familiar no se mide sólo en consumo, ingresos e inversión. En la cosmovisión del electorado, son las ideas que apoyan y dan sentido a su vida, independientemente de la marcha de la economía la que definen el voto.


La consideración del electorado como un ser unidimensional frente a la visión humanista del cuerpo mente espíritu, se sostiene en parte por la incapacidad de realizar estudios de opinión y diagnóstico que midan cuestiones que exceden las variables de la economía y la modorra de los líderes a utilizar otras herramientas de captación y fidelización del voto.



La sigo en otra entrada

lunes, 17 de mayo de 2010

Los medios de comunicación son muy buenos a la hora de decirnos sobre qué pensar pero de ninguna manera pueden hacernos pensar de determinada forma. La lucha de los medios de comunicación sobre las audiencias es sobre qué pensar, no sobre cómo.

Este malentendido (o ignorancia) viene costándole mucho dinero y muchísimos votos a quienes sucumben al poderío de la masividad mediática. Lo cierto es que hace más de cincuenta años que se sabe que los medios no generan opinión. Los medios expresan lo que mayoritariamente piensan y sienten sus lectores, oyentes o televidentes.

Cuando ante un cambio en la línea editorial las audiencias sienten que no son representadas en su manera de entender y justificar la realidad, no dudan en cambiar de medios.

Es que la información ya está en la gente. Los que hacen los públicos frente a las emisiones mediáticas es justificar ante sí mismos lo que ya piensan sobre los temas de la realidad. La opinión sobre los temas políticos se forma a lo largo de toda nuestra vida. Son procesos lentos. Y no actúan en ellos la medición racional de la información, sino la intervención de nuestros marcos mentales que son los que rigen nuestros movimientos por el mundo de las ideas.

Este concepto fue introducido por Tony Schwartz, autor del famoso spot de la Margarita, quién sostenía que "se ve lo que se quiere ver y se escucha lo que se quiere escuchar" porque la información ya está en la gente. A diferencia de lo que creen muchos analistas políticos; la opinión se forma entre las audiencias a partir del procesamiento de información política (abstracta) en tanto que ésta signifique algo en lo que uno vive, piensa y siente.



"Esa extraña conexión"

Y "se ve lo que se quiere ver y se escucha lo que se quiere escuchar" porque actúan en ese procedimiento diversas funciones y limitaciones cerebrales, entre las que se destaca la disonancia cognitiva, aquella que evita el ingreso de información en tanto ésta contradiga nuestra constelación de creencias previas sobre determinados temas.


Pero aun logrando que las audiencias vean y escuchen lo que los políticos, a través de los medios emiten, ésa información será incorporada por la Opinión Pública si se cumplen dos pasos indispensables en el proceso de la comunicación política: La significación y la interpretación de los hechos.

Estas dos instancias, la significación y la interpretación se dan en el uno a uno, en el contacto personal. Es en la vida cotidiana, cuando uno le pregunta a un amigo o conocido, que generalmente está más informado que nosotros, cuando la información abstracta tiene significado.

Esto ocurre por diversas cuestiones, la más fuerte y predominante: Nuestro cerebro no está ni estuvo nunca dispuesto ni adaptado para procesar información política de manera racional. La idea de un ciudadano o elector procesando datos y valorando situaciones forma parte de la mitología de la cultura occidental, pero nada tiene que ver con lo que ocurre en nuestro cerebro.

Si bien la comprobación empírica sobre la imposibilidad de imponer mediáticamente una opinión entre las audiencias tiene más de 50 años, la corroboración que otorga el uso del tomógrafo computado y la sicología cognitiva, en la última década, sobre los procesos de incorporación de información política, lo certifica.

Es así, que la comunicación política moderna, aplicada a las campañas electorales, apunta básicamente a conectar. A buscar la conexión entre lo que el político y la ciudadanía piensan y sienten. Y lo que sienten es más importante ya que el procesamiento de esa información se da en un plano emocional. Lo que se busca es conectar, alinear esa información, para estimular, activar y lograr, finalmente, una acción.

Que la información política no pueda ser procesada de manera racional no implica que no sea entendible de manera lógica. Significa que es ajena al proceso de nuestros lóbulos frontales, pero produce resultados.