viernes, 18 de septiembre de 2009

Por Guillermo Bertoldi(*)

El cerebro político de las personas procesa la información independientemente del nivel de educación e instrucción. La creencia de que existe un tipo de electorado calculando cocientes de costo y evaluando objetivamente las ventajas de un candidato es al menos una ingenuidad. Lejos podemos estar de lamentar la pérdida de cierta utopía racional porque no existió nunca realmente. Los buenos líderes políticos han sido comunicadores acertados y han sabido siempre utilizar la poderosa energía de las conexiones emocionales. Nos han contando buenas historias y enmarcando las discusiones en términos de valores.

Los líderes que hacen caso omiso de los sentimientos en la primacía de los votantes están condenados al fracaso. A su vez, los cientistas políticos que aun imaginan que la política es una cuestión de carácter puramente racional están obligados a ser sorprendidos por lo que realmente sucede en nuestros cerebros y en las mesas de votación.

En su libro “El ciudadano sentimental. La emoción en la política democrática”, George Marcus desafía también la sabiduría convencional de que la mejora de la política democrática requiere de la elevación del espíritu crítico y la razón. Marcus avanza en la provocadora afirmación de que la tradición en el tratamiento de la teoría democrática de la emoción y la razón como “hostiles opuestos” es erróneo y lleva a los teóricos contemporáneos a no encontrar un diagnóstico acertado sobre el estado actual de los sistemas democráticos al comparar participación electoral con adhesión y compromiso político.



Oportunidades. Campaña de Lula da Silva. 2005.

En lugar de valorar la presencia de la emoción en la política como un fracaso de la racionalidad y, por tanto, como un fracaso de la ciudadanía Marcus insiste en recomendar a los dirigentes políticos y los estudiosos del tema que se rindan a la certeza de que las emociones son, en realidad, un requisito previo para el ejercicio de la razón y, por tanto, esencial para la deliberación democrática y racional de la valoración política. Pero también hay una apelación a que los propios candidatos cedan a sus “pretensiones racionalistas” y busquen en sus actitudes e historias personales hechos que les permitan conectarse con sus emociones de manera de poder transmitirlas directamente al electorado, en lugar de esforzarse en duros y complejos discursos y mensajes “racionales”.

La valoración que realizan las personas sobre la política y la puesta en práctica de sus decisiones están basadas sobre las relaciones de cooperación y complementariedad entre las emociones, la cognición, el aprendizaje y la acción. Los intentos para purgar la emoción de la vida pública no sólo están destinados a fracasar, sino que son los responsables de evitar la revitalización y el cambio del sistema político. Los avances que develan las investigaciones de las neurociencias demuestran aceleradamente cómo la emoción en general y sus funciones específicas juegan un papel fundamental en la política.

En contraste con la visión tradicional de la emoción como “una forma de agitación asociada a las creencias” , las neurociencias están certificando que las ideas políticas son generadas por sistemas cerebrales que funcionan en gran medida fuera de la conciencia. Dos de estos sistemas, la “disposición” y la “vigilancia”, son especialmente importantes para permitir que las emociones produzcan hábitos relacionados directamente con la atención en la política y el contagio y motivación en las etapas de la campaña electoral. A su vez, la ansiedad, también es una emoción crucial para la política ya que puede inhibir o desactivar los hábitos y, por tanto, un espacio claro para el uso consciente de la razón y la deliberación.

La aceleración de estos últimos años en las investigaciones sobre la emoción en la política causa vértigo. A lo iniciado por Cacioppo y la neurociencia social, los citados trabajos de la emoción en Ledoux, Damasio, Gardner y Armony, se suman estudios que casi a diario le quitan sustento a la larga tradición de tratar el sentir y el pensar de forma independiente y antagónica

En informes posteriores a la investigación de Marcus realizadas por el ya mencionado Ted Brader, confirman en gran medida su “Teoría de Inteligencia Afectiva” : Las emociones tienden a anticiparse para definir las decisiones políticas de las personas, y las emociones positivas liberan el camino para el ingreso de mensajes que confirmen las ideas preconcebidas, mientras que las negativas parecen conducir a la reflexión, aunque no modifican el sistema de creencias previas.

Los razonamientos motivados pueden hacernos ignorar la realidad, es decir, que pueden hacernos seguir apoyando a un candidato deseado inicialmente, incluso cuando tengamos frente a nosotros una gran cantidad de información negativa. Es por esta cuestión que resulta crucial cómo y en qué momento comienzan las campañas electorales.


1) George E. Marcus. “The Sentimental Citizen: Emotion in Democratic Politics”. The Pennsylvania Sate University Press. 2002. Marcus es presidente de la Sociedad Internacional de Psicología Política.

2) George E. Marcus y Michael MacKuen. “Affective Intelligence and Political Judgment”. Chicago: University of Chicago Press. 2000.

3) George Marcus “Frente a las numerosas funciones de las emociones en Comunicación Política” Conferencia. 2007

4) Ted Brader. “Affective Intelligence and Beyond”. 2007

2 comentarios :

aquiles m. dijo...

Estimado Guillermo:
Ya que no te podemos disfrutar pór el otro lado, te pregunto acá:
Hay alguna encuesta sobre la opinión de la gente en la calle, sobre la Ley de Medios?.
Un abrazo

Charla dijo...
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