A menudo discuto con clientes que ceden a la tendencia de realizar materiales gráficos de alto impacto visual pero carentes de contenido. Confunden materiales de mano que actúan como factor de recordación con los que deben dar información.
Creen que la foto del candidato por sí sola (como si eso significara algo en la vida de las personas), además de un lindo diseño, alcanza para llamar la atención. Como si la idea de una campaña fuera la de llamar la atención antes que ser considerados. Como si el objetivo respecto de la persona que nos gusta fuera que nos escuche cuando le contamos nuestra vida en lugar de que acepte ir al cine con nosotros.
Es cierto que como sostiene el semiólogo Frank Luntz en política ya no importa qué se diga sino qué se entiende. En la batalla de la opinión pública el medio ya no es el mensaje, el mensaje es lo que la gente entiende a partir de lo que siente y piensa. Pero además de esta evidencia científica, el mensaje existe en tanto alguien lo distribuya y los cerebros de los otros permitan que ingrese esa información abstracta.
De la resolución de todo este malentendido es que se podrá organizar una campaña exitosa o no. De definir nuestros públicos y asignarles una manera de llegada en el marco de una estrategia general.
Apuntar en una primera etapa al elector despistado y desentendido no aparece como una estrategia ganadora porque a esos los convencerá una persona de carne y hueso que tenga información consistente de nuestras propuestas y candidato.
Al contrario, apuntar al elector desinteresado si bien constituye una definición estratégica solo es una táctica. Y como se sabe, las estrategias son para ganar, mientras las tácticas son para no perder.
En la definición de la escala de profundidad de nuestros contenidos también está definida nuestra estrategia. Por eso, difundir nuestros mensajes de campaña carentes de profundidad en los contenidos se enmarcan en una pobre definición estratégica.
Funciona porque todos los candidatos, sin ningún basamento teórico, hacen lo mismo. Y si hacen lo mismo es porque en definitiva la estrategia la define el que hace el folleto o la web apoyado por los comedidos de siempre, que casualmente son los más influyentes en los comandos de campaña (o los que han contratado, aprobado o pagan a los diseñadores).
Una buena pieza gráfica o material de mano de campaña bien puede incluir un diseño amigable y a la vez contenidos. Es cierto que "la gente no lee" pero es una frase a medias porque la verdad es que "la gente no lee lo que no le interesa".
Poner la palabra seguridad o trabajo, o lo que sea, grande y destacada, linkeando a la foto del candidato no significa nada en la mente y el corazón de los electores si esa información no tiene sentido en lo que el ciudadano vive, siente y piensa.
La explicación que escucho siempre para negarse a incluir contenidos sólidos, en cualquier tipo de escenario, ciudades grandes o chicas, en los conglomerados metropolitanos o pequeñas ciudades en el interior del país es "son muchas letras, la gente no las va a leer".
Como si nos fueran a votar porque les ahorramos el mal gusto de tener que leernos. Como si el elector creyera que está obligado a leer un folleto que le entregamos en mano y por esa incomodidad definiera que no nos va a votar en unos meses.
Si bien la información ya está en la gente, una pieza de campaña en la que se incluyan contenidos sólidos en en el marco de una propuesta estética adecuada no hace más que cerrar el proceso comunicativo. Porque el mensaje no son "las letras" es lo que significan esas letras.
Y finalmente, cada uno de nosotros leeremos no lo que queramos, sino lo que podamos leer. Y no hay motivo lógico para despreciar a una interesante porción del electorado que busca contenidos y que, además, es el sector más activo de la sociedad.
Serán esos (y no el desinteresado al que no le gustan "muchas letras") quienes hablarán de nosotros cuando en una reunión familiar, de compañeros de trabajo, en la fila de un banco o en el colectivo, alguien menos informado pregunte por nuestro candidato.
Creen que la foto del candidato por sí sola (como si eso significara algo en la vida de las personas), además de un lindo diseño, alcanza para llamar la atención. Como si la idea de una campaña fuera la de llamar la atención antes que ser considerados. Como si el objetivo respecto de la persona que nos gusta fuera que nos escuche cuando le contamos nuestra vida en lugar de que acepte ir al cine con nosotros.
Es cierto que como sostiene el semiólogo Frank Luntz en política ya no importa qué se diga sino qué se entiende. En la batalla de la opinión pública el medio ya no es el mensaje, el mensaje es lo que la gente entiende a partir de lo que siente y piensa. Pero además de esta evidencia científica, el mensaje existe en tanto alguien lo distribuya y los cerebros de los otros permitan que ingrese esa información abstracta.
De la resolución de todo este malentendido es que se podrá organizar una campaña exitosa o no. De definir nuestros públicos y asignarles una manera de llegada en el marco de una estrategia general.
Apuntar en una primera etapa al elector despistado y desentendido no aparece como una estrategia ganadora porque a esos los convencerá una persona de carne y hueso que tenga información consistente de nuestras propuestas y candidato.
Al contrario, apuntar al elector desinteresado si bien constituye una definición estratégica solo es una táctica. Y como se sabe, las estrategias son para ganar, mientras las tácticas son para no perder.
En la definición de la escala de profundidad de nuestros contenidos también está definida nuestra estrategia. Por eso, difundir nuestros mensajes de campaña carentes de profundidad en los contenidos se enmarcan en una pobre definición estratégica.
Funciona porque todos los candidatos, sin ningún basamento teórico, hacen lo mismo. Y si hacen lo mismo es porque en definitiva la estrategia la define el que hace el folleto o la web apoyado por los comedidos de siempre, que casualmente son los más influyentes en los comandos de campaña (o los que han contratado, aprobado o pagan a los diseñadores).
Una buena pieza gráfica o material de mano de campaña bien puede incluir un diseño amigable y a la vez contenidos. Es cierto que "la gente no lee" pero es una frase a medias porque la verdad es que "la gente no lee lo que no le interesa".
Poner la palabra seguridad o trabajo, o lo que sea, grande y destacada, linkeando a la foto del candidato no significa nada en la mente y el corazón de los electores si esa información no tiene sentido en lo que el ciudadano vive, siente y piensa.
La explicación que escucho siempre para negarse a incluir contenidos sólidos, en cualquier tipo de escenario, ciudades grandes o chicas, en los conglomerados metropolitanos o pequeñas ciudades en el interior del país es "son muchas letras, la gente no las va a leer".
Como si nos fueran a votar porque les ahorramos el mal gusto de tener que leernos. Como si el elector creyera que está obligado a leer un folleto que le entregamos en mano y por esa incomodidad definiera que no nos va a votar en unos meses.
Si bien la información ya está en la gente, una pieza de campaña en la que se incluyan contenidos sólidos en en el marco de una propuesta estética adecuada no hace más que cerrar el proceso comunicativo. Porque el mensaje no son "las letras" es lo que significan esas letras.
Y finalmente, cada uno de nosotros leeremos no lo que queramos, sino lo que podamos leer. Y no hay motivo lógico para despreciar a una interesante porción del electorado que busca contenidos y que, además, es el sector más activo de la sociedad.
Serán esos (y no el desinteresado al que no le gustan "muchas letras") quienes hablarán de nosotros cuando en una reunión familiar, de compañeros de trabajo, en la fila de un banco o en el colectivo, alguien menos informado pregunte por nuestro candidato.